viernes, 21 de mayo de 2021

El fuego de Amelia

 


    La fecha de partida elegida, de permitirlo la meteorología, sería el 20 de mayo, es decir, coincidiendo con el quinto aniversario del vuelo de Lindbergh, lo que garantizaría un mayor impacto mediático. Cuando llegó el día las condiciones no parecían inicialmente propicias, pero mejoraron lo suficiente a media mañana como hacer el traslado de Nueva York a Terranova con todas las garantías. Una vez allí, Bernt Balchen y Eddie Gorski se quedaron preparando el avión mientras Amelia dormía un rato. Es sorprendente, teniendo en cuenta la tensión a la que debía estar sometida, a punto de iniciar el vuelo más peligroso de su vida, que realmente consiguiera conciliar el sueño, pero por lo visto así fue. Cuando regresó al aeródromo, cerca de las siete de la tarde, Balchen compartió con ella los últimos boletines meteorológicos: la situación sobre el Atlántico no era del todo buena, pero era la mejor que se podría esperar, quizá, en semanas.

    - ¿Realmente crees que puedo conseguirlo? -le preguntó sonriendo a Balchen cuando terminaron de repasarlo todo.

    - Puedes apostar a que sí -le contestó él devolviéndole la sonrisa.

    Amelia asintió y subió a la cabina del Vega. Tiempo después le confesaría a George Putnam que, en el momento de despegar, era bastante más pesimista que su asesor: no pensaba tener más de una posibilidad entre diez de llegar viva al otro lado del océano. Si eso es cierto y no una exageración por su parte, o de la de Putnam al relatarlo, uno no puede dejar de preguntarse qué clase de fuego ardía en el corazón de esa mujer.

(del libro "Aviadoras, la edad dorada")

https://dariopozohernandez.blogspot.com/2021/03/aviadoras-la-edad-dorada.html

miércoles, 12 de mayo de 2021

Una tumba en Mallorca


...

   Junto a la puerta principal vemos trabajando a varios operarios y nos acercamos a preguntarles. Estamos de suerte. Uno de ellos asiente con la cabeza y nos da indicaciones precisas.

   - ¿Han venido en coche? ¿Sí? Pues sigan rodeando el cementerio, dejando la tapia a su izquierda, y entren por la puerta que está casi al final. Busquen el edificio de la Previsora Mallorquina y, justo al lado, ahí está la aviadora.

   Gracias a estas instrucciones, a pesar de que el cementerio es enorme, localizamos rápidamente el lugar que buscamos. Aun estando allí, tampoco lo habríamos tenido fácil de no ser porque, años después de su muerte, el gobierno neozelandés decidió instalar una placa en memoria de Jean Batten en la que aparece su efigie sobre un desfile de aviones y un texto a cada lado, uno en castellano y otro en inglés, recordando quién era. Justo debajo vemos un pequeño jarrón de cristal con unas flores resecas, ya deben de llevar tiempo marchitas. No parece que se las cambien a menudo pero, al menos por unos días, las que nosotros traemos le pondrán un poco de color a este rincón del camposanto. Mi amiga coloca sobre la placa un gorro de vuelo: es un saludo entre colegas, un guiño a quien ahí se encuentra. Después, durante unos instantes, los dos permanecemos en silencio. Reflexionando.

   Desde que en 1987 un periodista ya fallecido, Ian Mackersey, y su esposa, Caroline, dieron con el paradero de la que fue conocida como "la Greta Garbo de los Cielos", han aparecido varios artículos al respecto en la prensa local y nacional, pero probablemente no consiguieron llamar demasiado la atención, o por lo menos no de forma duradera. Siempre hay temas más acuciantes, noticias más interesantes o de mayor actualidad. Por eso casi nadie se acuerda tampoco de otras contemporáneas de Jean Batten salvo, si acaso, de la que fuera la más conocida de todas ellas, Amelia Earhart, aunque sólo sea por el morbo que causa, todavía hoy, el misterio de su desaparición. Raymonde de Laroche, Harriet Quimby, Adrienne Bolland, Bessie Coleman, Amy Johnson, la propia Amelia, o las nuestras, María Bernaldo de Quirós, Pepa Colomer, Dolors Vives... Todas ellas fueron pioneras que, en las primeras décadas del siglo XX, destrozaron todos los tópicos  y demostraron a otras mujeres que no había reto imposible, que casarse, tener hijos y mantener un hogar no era el único futuro posible para una niña, o que esto no tenía por qué ser incompatible con perseguir sus propios sueños. Que si una mujer era capaz de pilotar un avión y cruzar con él continentes  y océanos, no había excusa ninguna para que todavía, en tantos y tantos países que se tenían a sí mismos por avanzados, aún no tuvieran derecho al voto. Ellas, las aviadoras, pusieron mucho más que un granito de arena para cambiar de una vez el devenir de la Historia, y lo hicieron a costa de grandes sacrificios: muchas de ellas pasaron penalidades en algún momento de su vida por empeñarse en escoger esa profesión, otras tuvieron que renunciar a ser madres -casi ninguna de las recogidas en este libro tuvo descendencia-, y no pocas pagaron su osadía con la muerte. Por eso estamos aquí, para recordarlas y homenajearlas de forma simbólica, dejándole estas humildes flores a la que probablemente haya sido una de las más injustamente tratadas por el paso del tiempo, aunque en parte sea por cómo era ella... 

   Pero ya contaremos esa historia más adelante.