La fecha de partida elegida, de permitirlo la
meteorología, sería el 20 de mayo, es decir, coincidiendo con el quinto
aniversario del vuelo de Lindbergh, lo que garantizaría un mayor impacto
mediático. Cuando llegó el día las condiciones no parecían inicialmente
propicias, pero mejoraron lo suficiente a media mañana como hacer el traslado
de Nueva York a Terranova con todas las garantías. Una vez allí, Bernt Balchen y
Eddie Gorski se quedaron preparando el avión mientras Amelia dormía un rato. Es
sorprendente, teniendo en cuenta la tensión a la que debía estar sometida, a
punto de iniciar el vuelo más peligroso de su vida, que realmente consiguiera
conciliar el sueño, pero por lo visto así fue. Cuando regresó al aeródromo, cerca
de las siete de la tarde, Balchen compartió con ella los últimos boletines
meteorológicos: la situación sobre el Atlántico no era del todo buena, pero era
la mejor que se podría esperar, quizá, en semanas.
- ¿Realmente crees que puedo conseguirlo? -le
preguntó sonriendo a Balchen cuando terminaron de repasarlo todo.
- Puedes apostar a que sí -le contestó él
devolviéndole la sonrisa.
Amelia asintió y subió a la cabina del Vega. Tiempo
después le confesaría a George Putnam que, en el momento de despegar, era
bastante más pesimista que su asesor: no pensaba tener más de una posibilidad
entre diez de llegar viva al otro lado del océano. Si eso es cierto y no una
exageración por su parte, o de la de Putnam al relatarlo, uno no puede dejar de
preguntarse qué clase de fuego ardía en el corazón de esa mujer.