...
Junto
a la puerta principal vemos trabajando a varios operarios y nos acercamos a
preguntarles. Estamos de suerte. Uno de ellos asiente con la cabeza y nos da
indicaciones precisas.
-
¿Han venido en coche? ¿Sí? Pues sigan rodeando el cementerio, dejando la tapia
a su izquierda, y entren por la puerta que está casi al final. Busquen el
edificio de la Previsora Mallorquina y, justo al lado, ahí está la aviadora.
Gracias
a estas instrucciones, a pesar de que el cementerio es enorme, localizamos
rápidamente el lugar que buscamos. Aun estando allí, tampoco lo habríamos
tenido fácil de no ser porque, años después de su muerte, el gobierno
neozelandés decidió instalar una placa en memoria de Jean Batten en la que
aparece su efigie sobre un desfile de aviones y un texto a cada lado, uno en
castellano y otro en inglés, recordando quién era. Justo debajo vemos un
pequeño jarrón de cristal con unas flores resecas, ya deben de llevar tiempo
marchitas. No parece que se las cambien a menudo pero, al menos por unos días,
las que nosotros traemos le pondrán un poco de color a este rincón del
camposanto. Mi amiga coloca sobre la placa un gorro de vuelo: es un saludo
entre colegas, un guiño a quien ahí se encuentra. Después, durante unos
instantes, los dos permanecemos en silencio. Reflexionando.
Desde que
en 1987 un periodista ya fallecido, Ian Mackersey, y su esposa, Caroline,
dieron con el paradero de la que fue conocida como "la Greta Garbo de los
Cielos", han aparecido varios artículos al respecto en la prensa local y
nacional, pero probablemente no consiguieron llamar demasiado la atención, o
por lo menos no de forma duradera. Siempre hay temas más acuciantes, noticias
más interesantes o de mayor actualidad. Por eso casi nadie se acuerda tampoco
de otras contemporáneas de Jean Batten salvo, si acaso, de la que fuera la más conocida
de todas ellas, Amelia Earhart, aunque sólo sea por el morbo que causa, todavía
hoy, el misterio de su desaparición. Raymonde de Laroche, Harriet Quimby,
Adrienne Bolland, Bessie Coleman, Amy Johnson, la propia Amelia, o las
nuestras, María Bernaldo de Quirós, Pepa Colomer, Dolors Vives... Todas ellas
fueron pioneras que, en las primeras décadas del siglo XX, destrozaron todos
los tópicos y demostraron a otras
mujeres que no había reto imposible, que casarse, tener hijos y mantener un
hogar no era el único futuro posible para una niña, o que esto no tenía por qué
ser incompatible con perseguir sus propios sueños. Que si una mujer era capaz
de pilotar un avión y cruzar con él continentes
y océanos, no había excusa ninguna para que todavía, en tantos y tantos países
que se tenían a sí mismos por avanzados, aún no tuvieran derecho al voto.
Ellas, las aviadoras, pusieron mucho más que un granito de arena para cambiar
de una vez el devenir de la Historia, y lo hicieron a costa de grandes
sacrificios: muchas de ellas pasaron penalidades en algún momento de su vida por
empeñarse en escoger esa profesión, otras tuvieron que renunciar a ser madres
-casi ninguna de las recogidas en este libro tuvo descendencia-, y no pocas
pagaron su osadía con la muerte. Por eso estamos aquí, para recordarlas y
homenajearlas de forma simbólica, dejándole estas humildes flores a la que
probablemente haya sido una de las más injustamente tratadas por el paso del
tiempo, aunque en parte sea por cómo era ella...
Pero ya
contaremos esa historia más adelante.
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