Es la
madrugada del 1 de abril de 1921. Sobre el aeródromo de Los Tamarindos, junto a
la ciudad argentina de Mendoza, el cielo conserva aún intacto todo su manto de
estrellas. El aire que baja desde las cercanas montañas es bastante fresco como
corresponde al otoño recién iniciado, tanto como para condensar el aliento de
la pequeña muchedumbre allí congregada en una miríada de nubecillas de vapor, y
hacer que todas las manos que no están ocupadas busquen refugio en los
bolsillos de las chaquetas. Además del personal militar hay bastantes civiles, que
han acudido a esas horas empujados por la curiosidad, pues los periódicos
locales llevan días hablando de esto y no querían perdérselo. Todos están pendientes
de lo que sucede a las puertas de uno de los hangares, donde un joven mecánico
revisa por enésima vez el motor de un Caudron G-3 que, aun siendo casi nuevo, ya
se ha quedado bastante anticuado, pues a pesar de las pequeñas mejoras que ha
ido recibiendo no deja de ser un diseño de 1913 y ocho años son muchos en esto
de la aeronáutica. Junto al aeroplano entelado en blanco se encuentra una mujer
de aspecto un tanto estrafalario, que viste un mono de vuelo que le viene más
bien grande, teniendo en cuenta su notable delgadez, y un viejo jersey de lana con
aspecto de haber conocido días mejores. Debajo, aunque eso sólo lo sabe ella,
lleva el pijama y todos los periódicos que ha podido encontrar, envolviendo su
cuerpo para protegerlo lo mejor posible del frío que sabe que va a pasar dentro
de no mucho rato. Su pelo negro, rizado y terriblemente encrespado, parece no
haber conocido últimamente lo que es un peine o un cepillo, así que se somete de
mala gana a la dictadura del gorro de vuelo que en esos momentos se cala su
dueña. Alguien comenta que sus ojos oscuros parecen los de un pájaro, y quizá
lo sea, puesto que se dispone a medir sus alas con las de los cóndores que
reinan allá arriba, en los picos perpetuamente nevados de los Andes.
La mujer se
ha puesto a apretar unas tuercas en los montantes de las alas, cuando de
repente la llave se le escapa de las manos y va a parar al suelo con un
tintineo metálico. Una sonora imprecación en francés escapa de sus labios. Uno
de los curiosos, viendo que su vecino ha sonreído al escucharla, le pregunta:
- ¿Vos
sabés qué dijo la señorita?
- Mierda.
La señorita dijo mierda.
(del libro "Aviadoras, la edad dorada")
https://dariopozohernandez.blogspot.com/2021/03/aviadoras-la-edad-dorada.html
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